La experiencia de María Jesús pone en evidencia que la discapacidad no es solo una cuestión médica o personal: es también un problema estructural cuando se vive en entornos rurales.
Sin transporte, sin accesibilidad, con distancias inmensas y pocos servicios, la discapacidad se convierte en una barrera permanente.
“Vivir en un pueblo con discapacidad visual: una barrera que lo condiciona todo”
El testimonio de María Jesús
Cuando María Jesús tenía 24 años vivía en Santomera (Murcia), trabajaba en una asesoría y acababa de ser madre. No había detectado problemas de visión hasta que, tras unos meses, empezó a sentirse incómoda conduciendo. Una visita al oftalmólogo fue suficiente: le diagnosticaron una afección hereditaria distrofia de conos y bastones (CRD) que provoca una pérdida progresiva de la vista. Aquel día, recuerda, llegó a casa, miró su despertador… y no pudo ver las agujas
Con el paso del tiempo nació su hija, ella jamás ha llegado a distinguir su rostro, y su visión se fue reduciendo hasta apenas diferenciar luz de oscuridad. En días de mucho sol, incluso la luz le resulta molesta o dolorosa.
Adaptarse para recuperar autonomía
La primera etapa fue especialmente difícil. Para muchas de las tareas cotidianas contó con la ayuda de su hijo con entonces ocho años.
El le leía etiquetas, caducidades, le indicaba qué productos coger al hacer la compra… Al principio le costó aceptar que formaba parte del colectivo con discapacidad visual, pero pronto descubrió las herramientas para reaprender a moverse sin vista, desde reconocer un vaso hasta servir agua, planchar, cocinar o usar la lavadora.
Gracias a eso, y a su propia determinación, logró recuperar muchas de sus capacidades. Luego empezó a formarse como masajista y logró trabajar en ello. Pero vivir con discapacidad y en un entorno rural, implica retos permanentes.
Las barreras de vivir en un pueblo
En España hay aproximadamente 951.862 personas con discapacidad que viven en zonas rurales, un 22 % del total, según datos de la encuesta EDAD del INE (2020).
Para María Jesús vivir a una localidad de menos de mil habitantes supuso un retroceso en autonomía. Allí no hay transporte público, aceras ni arcenes, y las distancias son grandes incluso para caminar.
Si necesita salir depende de su hermana; para ir al supermercado tendría que recorrer más de 7 km, no hay entrega a domicilio y el camino a pie carece de seguridad. Ir a cualquier consulta médica implica un desplazamiento en coche y, sin vehículo, es prácticamente imposible.
Además, las oportunidades laborales son limitadas, y muchas veces la poca oferta existente no tiene en cuenta la accesibilidad. La falta de internet de calidad, transporte y servicios públicos convierte la vida diaria en un auténtico desafío. Para algunas mujeres con discapacidad, la soledad y la exclusión social son un riesgo real.
Educación, sensibilidad y cambio necesario
María Jesús no sólo demanda accesibilidad física: también llama la atención sobre la falta de comprensión social.
Explica que muchas personas quieren ayudar, pero no saben cómo hacerlo ,y a veces su “ayuda” resulta invasiva o desconsiderada: cambiar la ubicación de objetos sin avisar, agarrar el brazo sin permiso, empujar a una persona hacia un taxi… son detalles que revelan un desconocimiento profundo. Según ella, bastaría con una educación temprana sobre discapacidad visual, desde la escuela, para cambiar actitudes.
En su caso, y como miembro de la Asociación Retina Murcia, colabora en una obra colectiva «Emociones a la vista y al tacto» que recoge 17 relatos de personas con discapacidad visual.
El próximo 16 de diciembre de 2025 se presentará en Cartagena, y los beneficios se destinarán a la investigación a través de la Fundación de Lucha contra la Ceguera.
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