
Cada 10 de octubre el mundo reconoce la importancia de cuidar nuestra salud mental. En esta jornada, conviene mirar más allá de los síntomas visibles —la tristeza, la ansiedad, el aislamiento— y atender lo que muchas veces queda en segundo plano: cómo la pérdida de visión o vivir con baja visión puede aumentar el riesgo de trastornos emocionales, y cómo la tecnología accesible puede ofrecer respaldo real.
Las investigaciones hablan claro. Según InfoSalus, las personas con deficiencia visual tienen hasta cuatro veces más probabilidades de desarrollar problemas de salud mental como depresión o ansiedad que la población general. Este riesgo elevado no es arbitrario: la pérdida visual afecta la independencia, genera barreras para la movilidad, limita actividades cotidianas y favorece el aislamiento social. De hecho, muchas personas relatan la frustración de no poder desenvolver su día con la autonomía que antes tenían.
Por su parte, un artículo en Mácula Retina destaca que quienes viven una pérdida visual tienen el doble de probabilidades de padecer depresión respecto a personas sin esta condición. Esa “conexión oculta” se manifiesta cuando el entorno no se adapta, cuando los apoyos emocionales faltan o no están en formatos accesibles, y cuando la persona siente que su mundo se estrecha al perder la capacidad de ver como antes.
Factores que entrelazan visión y salud mental
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Dificultad en la participación social. La pérdida de información no verbal puede generar inseguridad o ansiedad social. Al no poder “ver” gestos, expresiones o señales visuales, algunas relaciones se vuelven más exigentes.
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Cambios de rol e identidad. Dejar de realizar tareas que antes eran simples (leer, caminar sin ayuda, reconocer rostros) puede minar la autoestima y generar duelo.
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Miedo al deterioro progresivo. En condiciones degenerativas como la DMAE (degeneración macular), el temor al avance visual contribuye al estrés crónico y anticipatorio.
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Barrera tecnológica o social. Cuando las herramientas digitales o las plataformas de apoyo no están diseñadas pensando en personas con baja visión o ceguera, se refuerza la sensación de exclusión.
La tiflotecnología como puente hacia el bienestar
Aquí es donde entra un papel fundamental la tiflotecnología: dispositivos, plataformas y adaptaciones que permiten restablecer conexiones con el entorno. Por ejemplo:
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Interfaces de apoyo accesibles para servicios de salud mental: que funcionen con lectores de pantalla, con navegación sencilla, contrastes adecuados y modos auditivos.
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Aplicaciones de terapia, meditación o acompañamiento psicológico pensadas desde el principio para personas con discapacidad visual.
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Espacios virtuales accesibles de conversación, grupos de apoyo o redes sociales donde los usuarios no dependan exclusivamente de señales visuales.
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Formación para profesionales de salud mental en métodos de intervención inclusivos: cómo adaptar pruebas, cómo ofrecer acompañamiento cuando la persona no puede ver, cómo interpretar claves no visuales.
Desde CONTICGO, con mirada propia
En nuestra web ya contamos con entradas que abordan esta intersección entre salud mental, discapacidad visual y accesibilidad, como “Salud mental accesible y prevención del suicidio desde la discapacidad visual” Conticgo. También, en nuestra sección de Noticias, puedes hallar reflexiones y recursos que conectan la tecnología, la autonomía y el cuidado emocional.
Hoy más que nunca, recordamos que no basta con curar lo visible: conviene sanar lo invisible. A quienes conviven con baja visión o ceguera —y a quienes los acompañan—: no están solos. La esperanza, la palabra y la tecnología accesible pueden convertirse en aliados poderosos.
Enlaces de entrada recomendada
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Infosalus: Las personas con deficiencia visual tienen hasta 4 veces más riesgo de problemas de salud mental
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Mácula Retina: Pérdida de visión y salud mental: La conexión oculta
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Organización Mundial de la Salud – Información sobre discapacidad visual
